domingo, 28 de octubre de 2007

AlBeRt CaMuS 3.3

" ... las casas desnudas de los árabes o de los españoles. El lugar en donde prefiero vivir y trabajar (y, cosa más extraña, en donde no me importaría morirme) es la habitación de un hotel. Nunca he podido sentirme a gusto en eso que se da en llamar vida de interior (y que es con tanta frecuencia lo contrario de la vida interior); esa felicidad a la que llaman burguesa me aburre y me asusta".

(Idem)

AlBeRt CaMuS 3.2


" ...una verdad que siempre me ha impelido a acoger los síntomas del confort o del acomodo con ironía, con impaciencia y, a veces, con ira. Aunque vivo ahora sin la preocupación del mañana y, en consecuencia, como un privilegiado, no sé poseer. De lo que tengo, y que siempre se me brinda sin haberlo buscado, no puedo conservar nada. Me parece que no tanto por la prodigalidad cuanto por una forma diferente de escatimar: soy avaricioso de esa libertad que se esfuma en cuanto aparece el exceso de bienes. No ha dejado nunca de parecerme que el mayor de los lujos coincidía con cierta indigencia. Me gustan..."

(Idem)

AlBeRt CaMuS 3.1


"No por ello deja de ser cierto lo que dije antes. Conozco a veces a personas que viven rodeadas de fortunas que no puedo ni concebir. No obstante, tengo que esforzarme para comprender que haya quien pueda envidiar esas fortunas. Viví, hace mucho, durante ocho días colmado con los bienes de este mundo; dormíamos al raso en una playa, me alimentaba con fruta y me pasaba la mitad del día en unas aguas desiertas. Aprendí entonces... "

(Prefacio a El revés y el derecho, Albert Camus)


AlBeRt CaMuS 2


"Hay una soledad en la pobreza, pero una soledad que le devuelve su precio a cada cosa. Con cierto nivel de riqueza, el propio cielo y la noche cuajada de estrellas parecen bienes naturales. Pero en la parte de abajo de la escala, el cielo recupera pleno sentido: una gracia inestimable. ¡Noches de verano, misterios en los que crepitaban estrellas!

(Entre sí y no, recogido en El revés y el derecho, Albert Camus)


sábado, 27 de octubre de 2007

cRóNiCa EsCoLaR 4

El día siguiente al robo del bolso era crucial. Por una parte, había que ser contundente y duro con los alumnos: dejarles claro que se había cometido una falta -un delito- gravísimo y que moveríamos cielo y tierra para descubrir al culpable y castigarlo con la pena capital, que en un instituto de enseñanza secundaria se resume en la temible expresión "expulsión definitiva".

Pero por otra parte, era preciso no precipitarse y jugar bien las cartas: dejar que el ladrón se confiase, bajase la guardia, cometiera un error. Por eso, no hicimos ni dijimos nada durante las cinco primeras horas de la jornada, como si nada hubiera pasado el día anterior, como si robar bolsos a profesores en el Blas Cabrera saliera gratis. Nuestro intención: que el ladrón se fuese de la lengua, que se pavoneara delante de algún compañero en el recreo, que dejara un reguero de culpabilidad a su paso en forma de potenciales delatores.

Porque en mi breve aunque intensa experiencia interrogando a alumnos he aprendido que éstos siempre mienten cuando se trata de confesar los propios pecados, pero que en el arte de la delación no se andan con chiquitas, especialmente cuando se trata de salvar el propio pellejo. La estrategia de acusar al cómplice, al que sabe, de todo el fregado, para que acabe confesando de modo pormenorizado los delitos y pecados del cabecilla, del líder o del mero lenguatrapo, me había dado siempre excelentes resultados. Así que todo era una cuestión de darles tiempo.

Pero no demasiado. El contraataque no podía demorarse eternamente. Antes de la sexta hora el adjunto de jefatura llamó a tres alumnos del curso, repetidores, escogidos certeramente por su historial del curso pasado. No sabían nada -me dijo.

(Al lector habituado a las sagas de un Poirot, de un Holmes, de un padre Brown, de un Flanagan, le extrañará que no haya estado yo en este primer interrogatorio quizás decisivo; el lector habituado o conocedor de los reclamos variados e ininterrumpidos a los que está expuesto un jefe de estudios en una mañana de trabajo cualquiera, sabrá comprender esta ausencia insólita).

Así que a última hora fuimos la directora y yo al aula de 1ºESO E, en la que la tutora y víctima del robo estaba -según lo acordado- aguardándonos. Eso era atacar con la artillería pesada: jefe de estudios y directora. Rara vez ocurría tal cosa. Si fuera jugador de RISK posiblemente hallara una metáfora idónea para este tipo de situación; no sé, atacar con tres dados, defenderse con uno o algo semejante: en una acampada a la Graciosa intentaron explicármelo unos profesionales de la materia pero la belleza del paisaje me obnubiló y sólo asimilé algunos conceptos.

Silencio sepulcral en el aula.

Discursito mío con muy muy mala leche, casi toda fingida. Los alumnos del Blas ignoran que soy una persona tímida, pacífica, relajada y hasta con sentimientos. Me ven como una especie de Musolini escolar y mi despacho como la antesala del paredón. A veces lo noto, cuando algunos alumnos se quitan rápidamente la gorra al verme al final del pasillo, cual conductores afanándose en abrocharse el cinturón de seguiridad al avistar una pareja de guardias civiles en una glorieta. Y el otro día un amigo que trabaja en un centro de menores me lo confirmó, al contarme el retrato que hacía de mí una de las internas que estudia en el Blas: "Buff, tiene una mala leche, y pega unos gritos, cuando aparece en los pasillos todos nos apartamos". Mi amigo decía "sí" como los locos, pero en el fondo estaba descojonado y no podía creer que era de mí de quien hablaba la alumna. Él, que conoce mi dulce pachorra; él, que sabe cuánto cuido la voz y cuán insólito es verme alterarado y mucho menos gritando; él, que sabe cuán patético, risible y susceptible de perderme el respeto y de no tomarme en serio puedo llegar a ser. Él estaba perplejo al contrastar la persona y el personaje, el amigo y el jefe de estudios, el Doctor Fajardo y su horrible metamorfosis en horario escolar.

La directora me secundó, enfatizando ella la gravedad del asunto y yo la dimensión punitiva del mismo, salpicadas con argumentos y comentarios de carácter algo más pedagógico y menos policial, que apelaban no tanto al miedo y a la exaltación de los bajos instintos que éste desata cuanto a consideraciones morales más encomiables: el profesor de ética que hay en mí secuestra y amordaza a menudo al jefe de estudios cabrón.

Pero tras los discursos había que actuar, que pasar a la acción y comenzar a aplicar un plan de choque. Primera medida: todos castigados sin recreo por un tiempo indefindo. Justos pagan por pecadores. Pese a lo dicho, esta medida no puede aplicarse indefinidamente. En primer lugar, porque hace falta alguien que se quede con los alumnos durante tantos recreos; y ello no es fácil. En segundo lugar, porque los padres pueden -con razón- protestar. Y en tercer lugar -por utilizar argumentos de mayor calidad moral- porque que los justos paguen por los pecadores es, sencilla y llanamente, injusto.

Injusto -protestaba en mi fuero interno el profesor de ética- pero efectivo -respondía el maquiavélico jefe de estudios. En efecto, nadie es chivato vocacional. Al contrario: uno de los peores estigmas o sambenitos que te pueden colgar siendo alumno hoy y siempre es -junto al de pelota- el de chivato de mierda. No obstante, cuando las cosas se ponen feas, cuando es el bocadillo y el aire puro y libre de la media hora en el patio del recreo lo que está en juego, la cosa cambia, las lealtades se desarman, los principios se relativizan... Sí, es triste este trabajo y te mancha las manos: hay que forzar a los amigos y compañeros de clase a delatarse unos a otros mediante chantajes y deshonestos ardides, sólo porque la causa lo merece.

Pero cuesta al principio. Todos callan. Hay que facilitar el proceso. Hay que propiciar la delación silenciosa y cobarde, siempre más fácil. Para ello repartimos un folio en blanco a cada uno, para que escribieran en él absolutamente todo lo que supieran acerca del robo: lo que habían visto, lo que habían oído, lo que sabían, lo que sospechaban. Si eran sinceros y decían toda la verdad, no tendrían nada que temer. Si por contra se les congía en falta mintiendo, el veredicto era claro: expulsión definitiva.

-Profe, y si yo no sé nada ¿qué pongo?
-Profe, yo no ví nada ¿qué escribo?
-Ustedes pongan todo lo que saben. Y si no vieron ni oyeron nada, lo escriben: "Yo no vi nada, ni he oído nada n sospecho de nadie".
-Profe, pero es que yo no sé nada.

Quien haya impartido clase a criaturas de 1º ESO sabe de lo que hablo.

De modo paralelo a la recogida de información a través de las declaraciones escritas de los alumnos, procedí a un interrogatorio oral. A veces, el contexto del aula, con todos los alumnos presentes, confunde y oscurece el caso; otras veces, ocurre al contrario: salen a la luz las contradicciones y las mentiras.

Primera pregunta: ¿estaban todos los alumnos del grupo en clase ayer? ¿falta hoy alguien?

-Sí estaban todos. Y hoy falta Orlando -responde la tutora y algún alumno.

Orlando es un niño de P.T. (pedagogía terapéutica), es decir, con N.E.E. (necesidades educativas especiales): esta profesión está llena de siglas y tecnicismos de esta guisa. No es repetidor, así que no lo conozco. He mirado las fichas del grupo antes de subir al aula y en la foto tiene el aspecto inocente y vulnerable que suelen tener los alumnos de P.T. No parece verosímil que sea capaz de robarle un bolso a una profesora en su primera semana de clase en un centro de secundaria. Aunque todo es posible.

Segunda pregunta: ¿estaban todos ayer sentados en el mismo sitio que hoy?

La respuesta es afirmativa, salvo algunas variaciones menores.

Muy rápidamente, empiezo a preguntarles uno por uno a los alumnos si vieron el bolso durante la hora de matemáticas o no. No les doy tiempo a pensar el por qué de la pregunta y me apresuro en llegar a Aridane, un alumno nuevo que por su aspecto y por su reacción tiene todas las papeletas: un zangalote mayor que el resto de alumnos, con gorra y algún piercing, que nada más haber comenzado la directora y yo a hacer acusaciones a distracción se ha sentido aludido (acaso por una mirada) y ha dicho: "A mí no me miren, que yo no he sido".

Su amigo Brandon se sienta detrás suyo. Ambos parecen, junto a Maicol, los nuevos líderes, en competencia con los más duros y gallos de los repetidores: Diego y Steven.

Las tres chicas que se sientan delante del pupitre en el que la profesora dejó el bolso dicen que lo vieron allí durante toda la hora, así que tuvo que llevárselo alguno de los alumnos al final de la clase, tras tocar el timbre y salir todos en tropel.

En mi vertiginosa encuesta , como era de esperar, los alumnos situados cerca de la esquina derecha y delantera del aula, en la que se hallaba el bolso, repararon en él. El resto no se fijó. Sin embargo, Aridane y Brandon están entre los alumnos que no lo vieron. Interesante resultado. ¿Acaso es creíble que un alumno como Aridane (ya había tenido algún encontronazo con él en los pasillos por estar gritando y alborotando) no se fijase en el bolso, no lo viera, pese a estar sentado en el medio del aula en la segunda fila? Lo mismo cabe decir de Brandon.


No obstante, otros alumnos con "mejor pinta" que estaban sentados también relativamente cerca del bolso, tampoco lo vieron. No obstante, la pinta de los alumnos -como la de los profesores, o los jefes de estudio- no siempre se corresponde con cómo son realmente.

Steven dice algo interesante: que vio al salir de clase cómo Orlando subió las escaleras hacia la tercera planta. Fue allí donde la señora de la limpieza encontró el bolso. Eso abre dos posibilidades, dos hipótesis alternativas:

a) Steven dice la verdad y por lo tanto su testimonio es clave como testigo para acusar a Orlando del robo.

b) Steven miente y se inventa algo que no vio para echarle la culpa a alguien que no puede defenderse porque no ha asistido a clase.

Entonces Aridane salta y dice que eso no es verdad, que Orlando se fue con él, que los dos bajaron las escaleras juntos porque el padre los viene a recoger siempre a los dos. La inesperada filiación de ambos hace del hasta el momento inocente y cándido alumno de P.T. un posible sospechoso. Solo no, pero con la ayuda e instigación del espabilado Aridane resulta creíble la historia. Parece natural que este último trate de defenderlo públicamente. Primero, porque son amigos. Segundo, porque si cae Orlando, es muy posible que también caiga él.

Toca el timbre, sin que Aridane y Steven hayan salvado sus diferencias: uno de los dos miente.

Abandono el aula con la certeza subjetiva pero indemostrable de que es Aridane el artífice del robo. Orlando puede o no estar involucrado. En cualquier caso es su amigo. Y su coartada para afirmar que no subió las escaleras de la tercera planta, en donde se encontró el bolso, sino que las bajó con su amigo Orlando, rumbo a casa. La directora sale con la misma impresión.

No obstante, trato de poner un poco de orden en todo lo que han dicho y omitido los alumnos... Steven insistió en el dato de que vio a Orlando subir las escaleras, no como un dato anecdótico sino inculpatorio y decisivo: es decir, sabía que el bolso había aparecido en la tercera planta. De otro modo, su observación habría sido absolutamente irrelevante. Pero he aquí algo crucial: ¿cuándo, en qué momento les dijo la directora dónde se había encontrado el bolso? ¿no fue acaso después de la intervención de Steven? Francamente, no lo recuerdo, aunque se trata de algo fundamental. Si la directora no había dicho nada aún, la intención incriminatoria de su intervención sólo podía tener una explicación: que Steven sabía algo que sólo el ladrón podía saber.

Al día siguiente les pregunto a la directora y a la tutora, por separado, que si recuerdan en qué momento reveló la primera el lugar del hallazgo. Ambas coinciden en que creen que fue después de que Steven hablara. Este "creen", este "puede", este margen de incertidumbre, es suficiente para dejar en suspenso, en punto muerto, cualquier acusación individualizada.

Ambos, Aridane y Steven, encajan como sospechosos, junto al todavía ausente Orlando.

La madre de este último se presenta en el centro, justificando la falta de su hijo por enfermedad y diciendo que qué es eso de que están acusando a su hijo de haber robado un móvil. Aridane les ha informado de todo. La directora tranquiliza a la madre y le dice que nadie ha acusado de nada a su hijo.

Eso sí, que nos gustaría hacerle algunas preguntas el día en el que se incorpore.

lunes, 22 de octubre de 2007

eL DíA dEsPuÉs


"¡Qué bueno sería poder estar de resaca...


...sin haber tenido que beber, drogarse y haber salido de marcha la noche anterior"

(Joaquín Aguilera)

domingo, 21 de octubre de 2007

BiEnAL oFF

Del 11 de octubre al 3 de noviembre está teniendo lugar en Lanzarote la Bienal off, un encuentro de actividades culturales de todo tipo (pintura, música, poesía, literatura, etc) alternativo y paralelo a la Bienal de Lanzarote.

Los organizadores son antiguos compañeros de farra y amigos en la actualidad. Gracias a esta amistad el libreto de relatos cortos que se presentó en Arrecife este jueves contiene uno mío: "Tan sólo una firma".

El relato está inspirado en una noticia que me impactó bastante y me hizo pensar. Es el fruto de ese impacto.

lunes, 15 de octubre de 2007

cRóNiCa EsCoLaR 3

El primer robo, acaecido en el tercer trimestre del curso pasado, se había saldado con cinco expedientes disciplinarios, dos por la vía ordinaria y tres de forma conciliada. A los dos primeros se les había expulsado definitivamente del centro. A un tercero se le había invitado a abandonarnos, siendo ya mayor de 16 años. Los otros dos alumnos habían cumplido una sanción menor. Las culpas ante cualquier delito o falta colectiva no siempre comportan la misma gravedad y vienen siempre acompañados de agravantes o atenuantes que los matizan.

Al alumno mayor de 16 años al que se le había confiado el bolso para entregarlo en jefatura de estudios tras habérselo olvidado la profesora de sociales en la 217 lo invitamos a irse del centro voluntariamente. Su falta era grave: en lugar de dirigirse directamente a mi despacho había pasado por el baño de alumnos y allí se había juntado con cuatro alumnos más, cómplices del robo. El alumno de 4º de la ESO al que expulsamos había sido el que, entre la confusión de manos y cabezas agazapadas en torno al bolso, había sustraído el móvil, le había quitado la tarjeta y se lo había agenciado. El otro alumno expulsado era de 2º de la ESO. Aunque ya el año pasado había tenido un comportamiento disruptivo, con faltas de respeto al profesorado o faltas graves como la de vaciar un extintor y echarle la culpa a otros compañeros, su participación en el robo se había limitado a hurtar un par de euros. No obstante, fue el que más descaradamente mintió durante aquellos tres días en los que desfilaron uno a uno por jefatura de estudios con el objeto de interrogarlos y aclarar lo ocurrido. También fue el que hizo aquella pintada en la puerta de mi despacho: "Cuidate maricón".

A los otros dos alumnos se les valoró el no instalarse tanto tiempo en la mentira y el terminar describiendo lo ocurrido sin demasiadas tergiversaciones, aparte de su historial, algo más pulcro que el de resto de compañeros. Se les dio por tanto la oportunidad de acogerse a un expediente disciplinario por la vía conciliada, cuya sanción máxima es siempre menor a una expulsión definitiva.

Cuando se descubre la verdad acerca de los múltiples incidentes que desembocan en mi despacho, oscurecidos por la mentira de los alumnos (fruto del miedo, la edad y el instinto de supervivencia), siento un alivio y una gran satisfacción, casi platónicas. No se trata, creo, de un instinto sádico que me hace disfrutar aplicando normativas y castigos, sino de un repudio visceral por el engaño y por la incertidumbre.

Por ello suelo ser bastante magnánimo con los alumnos que confiesan su falta y se sinceran relativamente pronto. Y al revés: un poco implacable con los que se atrincheran en la mentira.

Los alumnos cuando son enviados a jefatura de estudios siempre mienten. Es algo natural. De hecho, la ley les ampara: nadie está obligado a declarar en su contra. He visto simulacros verdaderamente desalentadores, auténticos campeones del cinismo. Recuerdo a un alumno que llevaba un tiempo robando móviles y MP3. Cuando al final lo pillamos con un MP4 que decía ser suyo y lo careamos con el verdadero propietario del artilugio, un alumno de 2º de bachillerato que hacía meses que había denunciado la desaparición del mismo, siguió pese a lo ridículo de la situación defendiendo su inocencia, insistiendo en que el MP4 era suyo, pese a tener grabados los videos y canciones del alumno de 2º de bachillerato. Al pedirle explicaciones por toda una serie de contradicciones y evidencias en su contra, se negaba a capitular y se refugiaba en "Yo no sé nada de eso. Sólo sé que no he hecho nada".

La jefatura es un observatorio ideal para el comportamiento moral de los alumnos, no menos que del de los profesores: un laboratorio en el que hay que vérselas cada día con uno o más dilemas morales.

Por ejemplo el siguiente: ¿qué hacer cuando las pesquisas para el esclarecimiento del robo del bolso de una profesora de matemáticas desembocan en un sospechoso en cuya mirada ambigua centellea no obstante el recuerdo de un principio moral y legal insoslayable: la presunción de inocencia?


miércoles, 10 de octubre de 2007

cRóNiCa EsCoLaR 2


Era la segunda vez que ocurría: el segundo bolso robado a una profesora.

Recordé de golpe y en silencio todo aquello. Preferí no comentarle nada a ella. Ante todo debía tranquilizarla, evitar que pensara que los robos a profesores por parte de los alumnos constituían una rutina más de la profesión.

Pude callármelo incluso cuando subimos los dos a la segunda planta y entramos al aula 217. Era increíble pero cierto: ¡los dos robos habían ocurrido en la misma aula!

Sin lugar a dudas, no había explicación racional alguna para ello. Se trataba obviamente de un caso de embrujo manifiesto, o cuanto menos de mera casualidad. En efecto, el primer robo había sido perpetrado por alumnos de 3º y 2º de ESO, en el último trimestre del curso pasado. Éste, en cambio, era obra de alguno de los jóvenes infantes de 1º ESO E, de inocentes criaturas recién llegadas a un macrocentro de Secundaria. Esta vez se trataba, pues, de tiernos y rubicundos delincuentes de doce años.

La profesora me explicó cómo había sucedido todo. El bolso había estado durante toda la hora en un pupitre vacío junto a la pizarra y la puerta de entrada. Al sonar el timbre, la profesora había abierto la puerta e incautamente se había dirigido hacia su mesa para recoger sus cosas: carpetas, libros, fichas de alumnos, documentos burocráticos que aún no habría tenido tiempo de descifrar. Su atolondrada imprudencia consintió en darle la espalda al bolso unos segundos. En ese breve lapso de tiempo, el bolso se esfumó, desapareció, se borró del mapa.

Llevaba en él su telefóno móvil, sus documentos, las llaves del coche y la cándida confianza de una tutora en sus alumnos. Nada de ello había sobrevivido a la atronadora sirena de las 14:00 horas. El instituto se había quedado prácticamente vacío, súbitamente, como si de un simulacro de incendios se tratara. El hambre puede a veces más que el fuego.

Y allí estaba ella, recién llegada a la profesión y sometida ya a un hurto por parte de un mocoso de 1º de ESO, mirándome con ojos suplicantes, como si estuviera en mi mano hacer algo: sacarme el bolso de la chistera y decirle "Es broma, se trata de una simple novatada" o "Muy bien, has superado la primera prueba: muy pronto estarás lista para la profesión".

Pese a lo que llegan a pensar muchos profesores, el jefe de estudios puede hacer casi siempre tan poco o tanto como ellos. Y sin embargo, recurren a mí, como si con el cargo repartieran una varita capaz de resolver con solvencia todos los marrones que surgen a diario en un Centro.

El adjunto de jefatura, que ha sido jefe de estudios muchos más años que yo, lo dice de otro modo: "La jefatura de estudios es la puta del Centro: sirve para todo". Todo sea dicho, por cierto, con el mayor respeto para las putas que, al leer esto último, se hayan podido sentir ofendidas. El jefe de estudios sirve para todo: para organizar las guardias y para echar a un tipo con muy mala pinta que se ha colado en el Centro; para poner en funcionamiento los "tamagochies" y para socorrer a un profesor al que se le ha bloqueado una vez más la impresora del departamento... Por ser más breve: para un roto y para un descosido.

En cualquier caso, nada podía hacer yo para recuperar el bolso en ese momento. No obstante, le dije que se tranquilizara, que al día siguiente iría al aula a hablar con los alumnos y que haríamos todo lo posible por aclarar lo ocurrido.

Tengo un defecto o una virtud, según como se mire: no me gusta ser excesivamente optimista ante los demás (aunque en el fondo, en el fondo de mí mismo incluso, no pierda la esperanza), no me gusta crearles falsas expectativas. Nunca podré ser político ni los amigos acudirán a mí en busca de un bálsamo fácil. Por eso le dije: "Aún así, no te hagas muchas ilusiones. Creo que va a ser difícil saber quién ha sido".

Al rato de irse ella, me tocó en el despacho una de las señoras de la limpieza: quería saber qué hacer con un bolso de mujer que se había encontrado en la papelera de un aula de la tercera planta. Las dudas acerca de sucesos insólitos, como siempre: al jefe de estudios.

Abrí el bolso: estaban las llaves del coche, el DNI y otros objetos sin más valor que el sentimental. Se habían llevado el móvil y habían vacíado el monedero. Al salir del instituto, devorado por un hambre canina y aturdido por el stress, me encontré con la profesora. Le conté el infeliz hallazgo. Estaba tan sudada, tan agotada y seguramente tan hambrienta como yo. Me despedí con una frase optimista, pero sincera:

-No te preocupes, son sólo dos o tres. Todos los demás son gente encantadora. Ya lo verás.

domingo, 7 de octubre de 2007

cRóNiCa EsCoLaR 1


Es la primera vez que da clases, pese a estar rondando los cuarenta. Creo recordar que es ingeniera. En el instituto aquellos datos que no son del todo relevantes para el desempeño de la jefatura pueden archivarse en el descuidado cajón del "creo recordar". Quién sabe cuánto tiempo lleva apuntada en las listas de sustitución. Quién sabe qué trabajo ha desempeñado hasta ahora. Quién sabe qué dilemas le planteó ese sms en su móvil -su móvil color rosa, que nunca vi y que probablemente ya nunca veré- informándole de que había sido nombrada para una sustitución de un año en el IES Blas Cabrera Felipe por la especialidad de matemáticas. En la jefatura nada o poco de esto se pregunta; simplemente no hay tiempo, al menos en el mes de septiembre; afuera aguardan su turno otros profesores, alumnos, padres: más trabajo.

Al conocerla le di su horario y le expliqué lo básico: cómo localizar las aulas, dónde estaban los enclaves y dependencias más frecuentados, qué funciones tenía como tutora, cómo se realizaban las guardias... Con los profesores nuevos, es decir, vírgenes, que se enfrentan por primera vez a un grupo de alumnos de secundaria, trato de detenerme un poco más en las explicaciones, ser amable, sonreir, tranquilizarlos. Bastante nerviosos están ya como para que encima el jefe de estudios los trate a la patada. Al mismo tiempo examino al nuevo profesor y trato de atisbar en qué medida va a necesitar algún tipo de ayuda con los alumnos. Hay en las listas de sustitución mucho incauto apuntado.

Me pareció una mujer con aplomo y capaz de domeñar sin necesidad alguna de ayuda al alumnado. Su acento era del norte, castellano o vasco, y se me antojó que le imprimía cierta dureza y rotundidad al hablar, lo cual en principio resultaba una buena carta de presentación ante sus alumnos.

Todo ocurrió rápido, el segundo o tercer día de clase. Eran ya más de las 14:00. El estrépito de los alumnos bajando en estampida las escaleras habia remitido y ya sólo se oían los pasos y conversaciones ahogadas de los más rezagados. En esto entró ella a mi despacho, rauda y agitada, sudorosa, con un rictus de fastidio y preocupación en la mirada:

-Me acaban de robar el bolso.
-¿Qué? -contesté, pese a haber entendido perfectamente- ¿estás segura? ¿cómo fue?

LaRgO CaMiNo


Afortunadamente, este modesto blog apenas tiene unos cuantos seguidores.

Imagino que debe de generar cierta ansiedad: contestar comentarios, devolver visitas, no repetirse, no detenerse, mantener el share.

Debe de ser duro tener tantos seguidores.

Yo por mi parte, he estado un tiempo sin actualizar (una cita de Camus hace una semana es un pequeño fraude, lo sé).

He estado involucrado en otras causas.

He estado, estoy y seguiré estando currando como un cabrón: my last september.

He estado navegando en silencio; leyendo más que publicando.

He estado visitando blogs educativos: inundándome de humildad por los 4 costados.

He creado el blog de ética para mis alumnos de 4º ESO. Este fin de semana cada uno de ellos está creando el suyo.

He empezado yoga, y alemán.

A decir verdad, también haber dejado un poco de lado NaDa PeRmAnEcE me produce cierta ansiedad, cierta angustia, pese a mis pocos seguidores.

Esto es por tanto no sólo una crónica breve; también una disculpa.

No obstante, algo he descubierto.

Sí que puedo imaginarme cabalmente cómo era la vida antes de la aparición de la telefonía móvil.

Lo que no puedo es concebir cómo pude ser profesor en el pasado sin conocer un blog.

Esto es un camino de fondo que se extiende en el futuro, largo y sin solución de continuidad.

No tener un blog: no sé cómo pude vivir antes así.

lunes, 1 de octubre de 2007

AlBeRt CaMuS 1


"Y hete aquí que vuelvo a esos recuerdos. De este jardín que hay del otro lado de la ventana sólo veo las tapias. Y esas pocas frondas por las que corre la luz. Más arriba aún, el sol. Pero de todo ese júbilo del aire que se nota fuera, de todo ese gozo repartido por el mundo, no diviso sino sombras de ramas que juguetean en mis visillos blancos. Y también cinco rayos de sol que vierten con paciencia en la habitación un aroma a hierbas secas. Si llega una brisa, las sombras se animan en el visillo. Si una nube tapa el sol y lo destapa luego, surge de la sombra el amarillo deslumbradoe de ese jarrón de mimosas. Basta con eso: un único resplandor naciente y heme aquí rebosante de un gozo impreciso que me aturde. Es una tarde de enero lo que me pone así frente al revés del mundo. Pero el frío sigue en la trasera del aire. Por doquier una película de sol que podría quebrarse con la uña, pero que le pone a todo una sonrisa eterna. ¿Quién soy y qué puedo hacer sino entrar en el juego de las frondas y la luz? Ser ese rayo en que se me consume el cigarrillo, esa suavidad y esa pasión discreta que alienta en el aire. Si intento alcanzarme, lo hago en lo más hondo de esa luz. Y si intento entender y paladear ese exquisito sabor que revela el secreto del mundo, a quien encuentro en lo más hondo del universo es a mí mismo. A mí mismo, es decir, esa emoción extrema que me libera del decorado"

(Albert Camus, El revés y el derecho)