sábado, 29 de diciembre de 2007

NuEvAs eTiQuEtAs


Llevo unos días poniendo orden en todo esto: clasificando los post por etiquetas.

La verdad es que ha sido un curro, que no he debido dejar para tan tarde: meterme en cada una de las ochenta y pico entradas, máxime con mi conexión de banda exigua.

Pero ha valido la pena.

Las etiquetas me permiten hacer un seguimiento a los desplazamientos temáticos que va sufriendo el blog, así como facilita la lectura al nuevo lector que se deje caer por aquí con intereses selectivos.

Por otra parte, constato cómo el "nada permanece" que da nombre al blog, y que se me antojó al principio como un lema programático del mismo, ha dejado poco a poco de ser el principal leit motiv de estas "reflexiones contra tiempo y marea".

Las entradas con la etiqueta Tempus fugit siguen siendo muchas (en este momento son las terceras en orden de aparición), pero por encima están las etiquetadas como Día-a-día y Tiempo libre.

Junto a estas tres etiquetas coexisten -por ahora- quince más, desde Política o Religión hasta Extravíos...

Lo que indica que se ha roto aquel corsé programático inicial al que aludía antes. Como les gusta decir a los nuevos gurús de la mercadotecnia y a los expertos en promoción turística últimamente: "hemos diversificado nuestra oferta".

Y sin embargo, he creído apropiado mantener el mismo título y subtítulo: "NaDa PeRmAnEcE. Un blog de reflexiones contra tiempo y marea".

Ello en primer lugar debido a la mera lealtad sentimental a los orígenes del blog.

Y en segundo lugar, porque creo que sigue teniendo vigencia incluso cuando los temas de los que hablo no son necesariamente variantes contemporáneas acerca del clásico Tempus fugit.

Pues algo de reflexión hay en todos ellos, o simples amagos tal vez...

Pues es desde las islas que escribo, desde Caleta de Famara casi siempre, próximo al batir incesante de la marea...

Pues siempre que se escribe se hace contra el tiempo: es una lucha vana y estéril a la postre, pero llena de sentido a corto plazo (el de una vida humana), contra el dictum fatal y categórico que da nombre al blog.

Así que digámoslo otra vez: "NaDa PeRmAnEcE".

(Salvo el título)

miércoles, 26 de diciembre de 2007

IdEnTiDaD RePrEsEnTaDa


"¿A qué se parece la luz de una vela cuando está apagada?", se preguntó en cierta ocasión Lewis Carroll. Y cada cual podría preguntarse, de modo semejante: "¿A qué me parezco cuando estoy solo y nadie me ve..., es decir, cuando abandono todos los papeles sociales y las máscaras útiles o prudentes con las que me presento a los demás?". En ambos casos, no sabemos cómo responder: la luz de la vela apagada resulta tan imposible de explicar como la identidad de la persona que no está presente ante nadie ni en relación con nadie. Porque mi identidad no es lo que soy (en mi esencia única e indescifrable) sino lo que yo parezco ante otros, lo que represento para los demás.

(Diccionario del ciudadano sin miedo a saber, Fernado Savater)


martes, 25 de diciembre de 2007

BaTuCaDa FiNaL


Suena ya de fondo el primer tacatum-ba-tum-ba-tum, todavía tímido y sordo.

Los alumnos han sido conducidos al patio, pastoreados por sus profesores.

El ánimo festivo inunda a todos.

Incluso la calva de Blas Cabrera luce el naranja chillón de un balón de baloncesto que alguien se ha ganado en un torneo deportivo.

Luce el sol, tras el regalo de un día de lluvias en casa: miércoles de dicha.

Tacatum-ba-tum-ba-tum



Ha salido de ellos: la batucada.

La vicedirectora ha organizado diversas actividades lúdicas para este jueves previo a la entrega de notas.

Yo me las he perdido todas, pese a que la jefatura de estudios está justo enfrente del Salón de Actos.

Y es que todas las evaluaciones del martes y del miércoles (suspendidas por la alerta meteorológica) han debido realizarse en un mismo día, en una jornada maratoniana en la que he llegado a las 8:00 al instituto y lo he abandonado -junto a la conserje de tarde y los otros dos jefes de estudios- a las 22:30.

Catorce horas y medias evaluando, corrigiendo notas, imprimiendo panorámicas de notas y boletines de calificaciones...

No me he enterado, pues, de nada; salvo de esta batucada que ha interrumpido con su estrepitoso tronar -tacatum-ba-tum-ba-tum- el infatigable trabajo.

He parado con gusto, me he asomado a la ventana, me he quitado las gafas de profe, me he calzado las de sol y me he puesto a hacer fotos de esta batucada final, de esta despedida escolar del año, de esta traca de entusiasmo adolescente por la inminentísima llegada de las vacaciones.



Y ha sonado estupendamente bien.

Batucada, batuca-tum-ba-tu-ba-tum...

"Profe, ¿podemos hacer una batucada el jueves?"
-recuerdo ahora que me preguntaron.

"Pues supongo que sí, pero pregúntenle a la vicedirectora para que lo organice" -les dije.

No creo que haya hecho falta.

La batucada desfiló ordenadamente ante la mirada admirada y respetuosa de sus compañeros.

Reconocí entre los músicos a algún frecuentador de jefatura.

Reconocí a presuntos alumnos disruptivos, a algún llamado objetor escolar, a algún alumno mueble...

"Qué orden, qué disciplina casi marcial, qué sincronización"- pensé.

No vi desde mi ventana a ningún profesor. Me asomé mejor, me alongué, para ver si había alguno bajo los soportales del edificio. Sí, allí estaba la vicedirectora, el antiguo director y una profe voluntariosa y entusiasta del departamento de Imagen Personal.

¿Y el resto?
-me pregunté. Puede que alguno más habría, alguno más de noventa y seis. Probablemente al no haberse dado instrucciones (o más crudamente: órdenes) al profesorado para que estuvieran allí, la mayoría habría dado el asunto -el trimestre- por zanjado, al menos en lo que al pastoreo de alumnos se refiere.



Pero a estos alumnos no le hacen falta pastores ni coreógrafos.

Ni nadie que les dé órdenes o instrucciones para estar aquí.

Tacatum-ba-tum-ba-tum-tum-tum

Tamborilean y bailan libremente.

Celebran el final de los madrugones, de las primeras clases enlegañados, de las extenuantes jornadas de seis horas, de las últimas semanas preñadas de exámenes.

Celebran poder descansar de nosotros.

Olvidar durante quince días a los profes aburridos, a los arbitrarios, a los secos, a los autoritarios, a los desorganizados, a los narcisistas...

Quizás les cuesta a veces expresarse.

Quizás su lenguaje y el nuestro no terminan de solaparse.

Quizás les resulta una ardua tarea articular en palabras el fuego de sus convicciones y contradicciones.

Por eso hoy han montado ellos solitos esta batuca-tam-tam-ba-tum...

Porque en el repicar del tambor suena su réplica encriptada.

Tacatum-ba-tum-ba-tum

Suena su ditirambo adolescente

Tacatum-ba-tum-ba-tum

Suena su rebelión civilizada

Tacatum-ba-tum-ba-tum

Suena su dicha contenida

Tacatum-ba-tum-ba-tum

Suena su crítica acertada

Tacatum-ba-tum-ba-tum

Suenan sus ganas de vivir

Tacatum-ba-tum-ba-tum

Suena el ba-tum de sus razones.



Ya se van, rumbo a sus vacaciones.

Abiertas las puertas del Centro, circulan pausadamente, escoltando aún a la batucada, de forma civilizada y tranquila.

Yo también estoy contento.

También quiero descansar de ellos por un tiempo.

Pero, eso sí, hoy he podido escucharles y entenderles.

Cuando me vuelva a creer que hay poco que esperar de los alumnos de hoy en día, o cuando al verme nade en un estanque de autocomplacencia, trataré de rescatar ese sonido, de ponerme en la piel de ellos, mediante el recuerdo del fragor de otra piel: la del tambor atronador de esta batucada y su infatigable tacatum-ba-tum-ba-tum, tacatum-ba-tum-ba-tum, tacatum-ba...



miércoles, 19 de diciembre de 2007

WiNtEr TiMe



Durante mi infancia siempre quise haber podido leer o escuchar algo parecido a esto que ahora mismo se lee en la web de nuestra Consejería de Educación:

"Educación mantiene para mañana, miércoles, la suspensión de las clases en las Islas orientales y anuncia la reanudación de la actividad en las Islas occidentales.

Ante la declaración de alerta por fenómeno meteorológico adverso de viento y lluvia, la Consejería de Educación, Universidades, Cultura y Deportes del Gobierno de Canarias, siguiendo las recomendaciones de la Dirección General de Seguridad y Emergencias, mantendrá mañana, miércoles, la suspensión de las clases en los centros educativos de las Islas orientales (Gran Canaria, Lanzarote y Fuerteventura). Asimismo anuncia que mañana se reanudará la actividad lectiva y extraescolar en las Islas occidentales (Tenerife, La Palma, La Gomera y El Hierro).


Se recomienda a toda la comunidad educativa seguir a través de los medios de comunicación las novedades que se puedan producir, así como mantener en todo momento las medidas de prevención que facilita la Dirección General de Seguridad y Emergencias."

En mi infantil egotismo llegué a desearle en mi fuero interno la muerte a cualquier personalidad de renombre, a cualquier mártir por la Patria, con tal de que las autoridades decretasen uno o más días de luto nacional.

"¿Cuántos días de noviembre sin ir al cole tuvieron los niños que se beneficiaron de aquel día 20 del año 75?" -me preguntaba a mí mismo, con envidia y deleite, como el homeless que escudriña desde el frío pretil del invierno el escaparate a través del cual ricos comensales se dan un festín de langosta y caviar bajo la circunspecta mirada del maitre.

Si mis pensamientos no hubieran sido algo privado e inaccesible, sino de dominio público, si hubiera osado traducirlos en portada de revista satírica, a mí también me habrían multado, o algo peor.

La salud de quienes nos gobernaban por aquellos tiempos fue siempre robusta y férrea, razón por la cual todas mis esperanzas y anhelos infantiles se depositaron en los inhóspitos, húmedos y en ocasiones gélidos inviernos de la villa de San Cristóbal de La Laguna, a la sazón escenario de mis días de colegio.

"¡Si por una vez nevara!" -pensaba y rezaba, pese a no creer mucho en ese tipo de comercios con lo divino, ni en ningún otro, mas no excluyendo de antemano, por agnóstico prurito, ninguna posibilidad, ninguna alternativa.

Pero sólo llegaba, a veces, a granizar: antesala de la dicha y del paraíso prometidos.

Supongo que este deseo infantil, el de quedarse en casa en un día de colegio porque el mal tiempo obliga a las autoridades a cerrar las escuelas, es una especie de ideé fixe anclada en lo más profundo del inconsciente colectivo de los niños, una constante incorporada a la "esencia de niño", una marca genética.

Y hasta ayer suponía que, como siempre, sólo unos cuantos elegidos -los niños de los llamados países nórdicos, esa zona del mundo que siempre ponemos como referente y modelo de todo- se habían podido beneficiar del asunto del mal tiempo y habían visto sus atávicos deseos y anhelos cumplidos, realizados, colmados.

Nosotros, niños de otras latitudes más cálidas, siempre nos quedábamos a punto, con la miel en la boca, frustrados ante una inclemencia de borrascas mediocres, que no hacía tambalearse al aparato implacable y tenaz del sistema educativo.

Otros niños -ay- de latitudes más desfavorecidas ni siquiera gozaban de ese derecho que en nosotros era un deber. Pero ese es otro cantar: el punto de vista del adulto aún sin formar.

Pero ayer se ha roto al fin la maldición vigente durante mi infancia.

Quizás la clave está en el cambio climático.

Quizás se debe a la prudencia política tras "el Delta".

Quizás es que en España nos vamos homologando poco a poco y hemos adquirido por fin derechos de la infancia hasta la fecha aún por conquistar.

El caso es que ayer en la clase de ética, cuando les repartí a los alumnos la circular dirigida a los padres, informándoles de que las actividades extraescolares de tarde se habían suspendido en toda Canarias y que debían estar atentos a los medios de comunicación para saber si se suspenderían o no las clases de hoy miércoles, pude ver en el brillo de sus miradas la misma alegría anticipada por la imaginación fabuladora, la misma dicha contenida, el mismo anhelo feroz que de niño tantas veces experimenté, con ocasión de una racha de tiempo invernal.

martes, 18 de diciembre de 2007

lunes, 10 de diciembre de 2007

CoRReDoR De FoNdO


Anoche organicé en casa una cena y vimos la película "Evil". Quizás por eso al levantarme hoy no pude evitar tomar el libro de Alan Sillitoe y terminar las tres o cuatro útimas páginas que me quedaban por leer.

No me gusta acabar un libro y no hacer una especie de balance interior o revisión retrospectiva. Y como me ha faltado tiempo para hacerla con cierta calma, he ido postergando la lectura de las últimas páginas del conjunto de relatos que incluye el volumen titulado "La soledad del corredor de fondo".

El primer relato es el que da el título al libro, aparte del más largo (60 páginas). Probablemente también el más conocido, debido a la película. Cuando este verano fui a la librería "El puente" con hambruna literaria, no conocía ni el libro ni la peli, aunque el título me resultaba vagamente familiar, como si lo hubiera leído recientemente en el Babelia. Pero lo que me decidió a comprarlo fue -junto a lo sugerente del título- la foto de la portada, esa estética a lo "Carros de fuego".

Quizás el deporte con el que más vinculado estuve durante mi adolescenca fue el atletismo. Todavía algunos amigos me llaman, en broma, "Tres mil", en referencia a la única carrera en la que llegué primero (los 3.000 metros lisos: 7 vueltas y media a la pista del Estadio de La Manzanilla, sito en La Laguna). Los entrenamientos eran duros. Tanto aquellos en los que la compañía del resto de corredores del CEAC (Club Escuela de Atletismo de Tenerife) los hacía más amenos y soportables, como aquellos en solitario, sin más compañía que el flip-flap-slop-slop de las acompasadas zancadas o -más tarde- la música del MP3.

Siempre he sido más de deportes individuales que de equipo. Siempre he encontrado reconfortante la soledad. En el atletismo sólo cuentas tú. Todo depende de cuánto hayas entrenado, de cuán resistente y veloz seas, de cómo te encuentras el día de la carrera, de qué estrategia desarrollas. Los otros apenas cuentan.

El título del libro me pareció un acierto y quien lo hubiera inventado sabía de lo que hablaba. Pues hasta en los entrenamientos con el equipo llega un momento en que el corazón bombea demasiado fuerte como para seguir con la cháchara inicial. Entonces cada cual vuelve al mutismo de su mundo interior, vuelve a sí mismo, reconcentrado en quién sabe qué lugares y tiempo; pero en cualquier caso fuera de allí, ajeno al grupo de corredores que lo acompañan.

El año en que más solo he estado en mi vida fue sin lugar a dudas el que pasé en Francia. Ese año todavía corría. Entrenaba solo, recorriendo los húmedos y frondosos bosques de las afueras de Brive-la-Gallarde. Una especie de entrenador o profesor de Educación Física del instituto me llevó algunas veces a correr a un campo de entrenamiento militar. Creo recordar que era el único. Esto me acabó aburriendo y preferí correr por mi cuenta, entrenarme solo. Llegué a una carrera de clasificación del Departamento de La Corrèze. Y ahí quedó todo.

He pasado, por tanto, muchas horas en soledad como corredor de fondo. Y precisamente por eso el título del relato de Alan Sillitoe me pareció un hallazgo formidable, así como la técnica narrativa, en primera persona, en la que el lector se convierte en testigo mudo del torrente de pensamientos que inunda al joven protagonista durante su carrera.



Llevado por una especie de impulso ciego, leí gran parte de las 60 páginas en una tarde de octubre en la que -libro en mano- fui y volví dos veces desde casa hasta la playa de San Juan, leyendo y caminando al mismo tiempo, como un peripatético. Caminaba, pues corriendo no hubiera podido hacerlo, mientras leía el soliloquio móvil del corredor de fondo:

"Me digo a mí mismo que es una buena vida siempre que no te des por vencido ante los guardias, ni ante el resto de los dentro-de-la-ley. Trot-trot-trot. Paf-paf-paf. Slap-slap-slap, suenan mis pies sobre el suelo helado. Flis-flis-flis, según mis brazos y mis costados van rozando las ramas peladas de los arbustos. Porque ahora tengo diecisiete años y cuando me suelten..."

El muchacho que corre y piensa está cumpliendo condena en un Borstal. El traductor nos ayuda: "En Inglaterra, se designa comúnmente con el nombre de Borstal a una institución penitenciaria para jóvenes de 16 a 23 años, donde se aplica el llamado sistema Borstal, que pretende regenerar al delincuente mediante el deporte y el trabajo".

El relato dura lo que dura la carrera en la que el muchacho está participando como favorito indiscutible de su Borstal. El director tiene puestas todas su esperanzas en él. Una ocasión idónea para dotar de prestigio y renombre a su pequeño feudo.

El muchacho nos va desgranando en su monólogo interior las claves de tanta hipocresía, de tanto cinismo, al tiempo que nos ofrece un crudo retrato social de una sociedad fuertemente estamentada en la que la working class siempre tiene asignado el papel de perdedora. La victoria en dicha carrera no dejaría de ser, en ese sentido, una victoria pírrica o ficticia.

Alan Sillitoe pertenece, al parecer, a lo que se ha dado en llamar la "generación airada" o de "jóvenes airados", de la que formó parte también, por cierto, el premio Nobel Harold Pinter: un grupo de escritores ingleses más o menos izquierdosos y comprometidos con la clase trabajadora de las barriadas industriales de la Inglaterra de los años 50.

Lo que me ha gustado de este libro de relatos de Sillitoe, ha sido lo genuino de esa voz de los personajes que retratan a los pequeños y anónimos héroes marginados y oprimidos por las clases opulentas que manejan el cotarro. El autor habla como si fuera uno de ellos realmente y como lector no aprecio impostura alguna, sino una comunión total y absoluta con el modo de pensar de esos representantes de esa clase social a la que da voz en sus relatos:

"Me están entrenando para el gran día de los campeonatos, el día en que todos los duques y sus mujercitas, con sus caras de cerdo y sus narices llenas de mocos vienen y nos sueltan discursos diciendo que el deporte es la actividad adecuada para devolvernos a la vida honrada y para mantener alejadas las yemas de nuestros dedos de las cerraduras de sus tiendas"

En este volumen de nueve relatos encontramos padres maltratadores (como el que sufrió el propio Sillitoe), borrachuzos, matones de barrio, ladronzuelos, hombres fracasados y muchos niños, niños pobres pero felices.

Porque la infancia -y cierta grandeza y dignidad en la miseria- parece ser el único refugio o consuelo o redención de la pobreza. Lo mismo opina Albert Camus en su prólogo a "El revés y el derecho":

"En cualquier caso, aquel calor hermoso que imperó en mi infancia me vedó cualquier resentimiento. Vivía con apuros, pero también en algo así como el deleite. Sentía en mí fuerzas infinitas: sólo hacía falta encontrar un punto en donde aplicarlas. No era desde luego la pobreza la que obstaculizaba esas fuerzas; en África, el mar y el sol son gratis. El obstáculo estaba más bien en los prejuicios o en la necedad"


Y cuando alabo el mérito de Sillitoe al encontrar una voz genuina y verosímil en sus personajes no creo justo escatimárselo arguyendo que su propio origen social -el de la clase obrera- hace evidente y obvio el asunto.

Pues entre el Sillitoe niño y el Sillitoe adulto y escritor hay toda una vida de cambios y estragos.

Y el propio escritor confiesa esta metamorfosis personal en el último relato de este volumen, titulado "Ocaso y caída de Frankie Buller", en el que el protagonista se llama, precisamente, Alan.

Este último relato es un homenaje a Frankie, matón de barrio y jefe de la pandilla, líder indiscutible entre los alevines del barrio, experto en dirigir batallas de piedras y palos; que no llegó a nada.

El protagonista, tras haber rememorado aquellos tiempos dorados de infantil pobreza encabezados por la imagen pletórica del grandullón Frankie Buller, se encuentra diez años más tarde con él:

"Desde los días en que dirigía su batallón con la tapa del cubo de basura y la lanza y hacía despiadadas incursiones realizadas a piedrada limpia, no sólo ambos habíamos crecido siguiendo caminos diferentes sino que, a Frankie, le había ocurrido algo que yo ignoraba. Habiendo salido de la misma clase social y, podríamos decir, de la misma infancia, tenía que haber existido entre nosotros una raíz común por la que se nos recnociera, a pesar de que la vegetación que nos revestía se hubiese retraído un poco ante las respectivas diferencias de sombra y tonalidad. Pero no existía ningún punto de contacto y yo, poseído de eso que en el mundo en que había ingresado se llama sensibilidad acusada, comprendí que el hecho se debía tanto a algo que había en Frankie como a lo que había en mí.


-¿Cómo te va últimamente, Frankie? -le pregunté recreándome en el uso del tono de antes, aunque sabía que
ya no tenía derecho a emplearlo".



En este pasaje el autor no se limita a dejar constancia de la propia transformación, sino que da a entender que ello supuso de algún modo una suerte de traición. Más explícita aún encontramos esta idea en las primeras páginas del mismo relato, en las que el narrador contempla su nutrida biblioteca y se lamenta:

"Son cosas que han pasado a formar parte de mí, una vegetación que ha crecido para cubrir el vástago desnudo de mi personalidad real, lo que era yo antes de haber visto esos libros o incluso otros. Más de una vez quisiera arrancarlos de mí uno por uno, desterrar sus sombras de mis labios y de mi corazón, extirparlos limpiamente de la selva de mi cerebro con un escalpelo. Imposible. No se puede dar cuerda al revés al reloj que descansa con su mueca burlona en la repisa de mármol. Ni siquiera es posible aplastarle la cara y olvidarlo".

No, amigo Alan, es imposible. Ya lo hemos dicho a menudo en este blog: nada permanece. Por eso creo que la oculta -acaso inconsciente- intención de Alan Sollitoe en los relatos que componen el vólumen de "La soledad del corredor de fondo" no es otra que la de saldar su deuda con su pasado, con su antiguo yo, con aquel mundo de pobreza urbana y heroica grandeza de esos personajes que pueblan sus conmovedoras páginas.

Metiéndose en la piel de todos ellos su escritura ha conseguido conjurar aquel tiempo perdido y hacerle creer, por un momento, que no hubo cambio ni devastación.

A todo esto, me he quedado sin comentar la película "Evil".

Ya habrá tiempo.


sábado, 8 de diciembre de 2007

DeScAnSo VaCaCiOnAL


Ayer estaba tomándome un café y un browny en el Gernika y al toparme con este artículo de Paco Pomares en LA PROVINCIA, sentí una nostalgia infinita de mis colegas.

Y me acordé de esta foto.

Fotos con mis colegas, con ese grupito irreductible de amigos de toda la vida, las tengo a cientos. Pero ésta es precisamente la que me vino a la mente: esa sobremesa de cartas y café, tras un merecido homenaje de pescado fresco y cervezas, como coronación de nuestra acampada en la Graciosa este verano.

Nada de eso se ve en la foto, pero sí los otros placeres. Mi primo con su envoltorio de Mars helado junto al café. El rubito con el tabaco de liar que prologa sus digestiones. Y la baraja entre ambos. Y esa seriedad de ambos ante las cosas realmente importantes, tal que el juego.

Pero el principal placer al que remite ocultamente esta foto en mi opinión no es otro que el de la conversación tranquila y sin prisas. El placer de hablar, de conversar, de tertuliar, entre amigos.

Por eso los eché de menos ayer mientras comía solo en Arrecife, sin más compañía que el periódico. Pues el artículo de Pomares era un inexcusable pretexto para embarcarnos en el lento e inagotable placer de la conversación.

Menos mal que pronto volveré a verlos, y a ingresar en otro nuevo paréntesis de dicha, en otro descanso vacacional.

lunes, 3 de diciembre de 2007

DeScAnSo DoMiNiCaL

Quizás han sido los colores del día, la nitidez del cielo tras las últimas lluvias, el resurgir del sol en esta mañana de domingo, de alto en el camino, lo que me haya traído de nuevo a este blog, tras seis posts sin escribir nada, a base de retazos de viento, de Sólo-fotos.

El domingo pasado sentí el impulso. Y escribí un cuento. Un minirrelato de dos folios. Posiblemente en breve se publique en esta página. Pero en realidad, hace tiempo que otros menesteres absorben todas mis energías: el curro, los otros dos blogs de clase, la compra de una casa... y otros asuntejos.

Pero este fin de semana han venido mis padres a casa y, aunque sin dejar del todo de lado esas cuestiones (ayer les enseñé mi candidata favorita a próximo home, sweet home), lo cierto es que se ha instalado en mí una sensación de receso, de paréntesis temporal, de incursión retrospectiva a los postreros días del verano.

Hemos caminado Famara.

La playa esta mañana lucía esa estampa de diciembre veraniego que en ocasiones presenta Famara. El cielo azul casi sin nubes, el sol bajo pero picón, el aire frío y limpio aunque en calma, el agua gélida, sólo apta para surfistas con traje de neopreno.

Hemos caminado, conversado e inhalado mucho salitre.

La chica de la foto, espalda contra espalda, se entega al sol en un vis à vis.

La montaña, detrás, imita su sinuoso sentar.


En la azotea cuido y riego cuatro macetas, temporalmente. Me pidió un amigo que se las guardara durante una semana pues sus padres habían venido de visita. El miércoles por la noche procedimos al traslado. Las envolvimos en bolsas negras de basura y las traladamos en su coche, furtivamente. De vez en cuando me manda un sms en clave: Q tal le va a maría?. La cosa me divierte, aunque tanta precaución por su parte me hace sentir levemente delincuente.

Mis padres no se lo han tomado a mal. Probablemente porque saben que mis cuidados con la garganta excluyen la posibilidad de que alguna vez me haga fumador. Ayer mi madre se preocupó de agrupar las plantas, pues el viento amenazaba con derribar las macetas. Hoy mi padre me preguntó si me estaba encargando de regarlas. Creo haber percibido algo más que mera curiosidad intelectual en su pregunta; acaso lo animaba una intención recordatoria.

El caso es que ahora me pregunto: ¿por qué no se quedó mi amigo las plantas en su azotea, diciéndole a sus padres simplemente lo que yo: que un amigo se las había confiado, pues sus padres habían venido de visita?

Sólo espero que ninguno de mis vecinos lea este blog o que, para cuando las autoridades competentes lleguen a él, a instancias de algún ciudadano beato y bienpensante, los padres de mi amigo hayan terminado ya su visita.

...Y tras estos comentarios y fotos algo inconexos, sin más relación que la de pertenecer todos a esta mañana de domingo, me despido, entre bostezos, desde la cama, enfundado entre edredones, presto para ingresar con feliz indolencia en el sueño despreocupado de una impostergable siesta...