martes, 29 de septiembre de 2009

pLaNeTa aMeRiCaNo 4


El miércoles pasado un alumno de un instituto de Tyler asesinó a su profesor de música.

Llegó a este blog la primicia gracias a "X", que retransmite anónimamente desde el lugar de los hechos.

Gaby me mandó un enlace con la noticia, para recordarme que no siempre es aburrido y monótono el día a día en Tyler.

La vida transcurre a nuestras espaldas -como escribí hace poco- casi a traición, en esos lugares en los que ya no estamos, de los que nos hemos ido, sin avisarnos ni pedirnos permiso ni tenernos en cuenta.

La vida, y también la muerte.

El quinto capítulo de El planeta americano, el librito de Verdú que me he empeñado en releer y comentar aquí -aunque irregularmente- como pretexto para revisitar Texas y los Estados Unidos desde el recuerdo y desde un abordaje más teórico ya que meramenta vivencial, aborda con datos y estadísticas estos temas, el asunto de la delicuencia y los asesinatos en dicho país.

El capítulo se titula: "El miedo al crimen".



Y empieza así:

"En el centro de Nueva York se erigió a comienzo de los noventa un panel electrónico donde iban restallando los números. Le llamaron el Deathclock, el reloj de la muerte, y marcaba, mientras la gente esperaba en los semáforos o cenaba en un Friday´s, la cifra de asesinatos con armas de fuego que se estaban cometiendo en ese momento en el país. Uno cada 14 minutos aproximadamente, 64 al día, 22.000 al año".

Las cifras que ofrece Verdú a lo largo del capítulo son espeluznantes. Es verdad que no son actuales: el libro es del 96. Pero dudo que la cosa haya cambiado desde entonces drásticamente:

"A punta de pistola son violadas diariamente 33 mujeres y unas 1.100 personas son asaltadas cada 24 horas. En todo el país se cometen al año treinta y cinco millones de actos criminales, 14 millones de los cuales son calificados por la policía como delitos importantes. La tasa de homicidios en Estados Unidos es de 21,9 por cada 100.000 habitantes y año, mientras la de Canadá es de 2,9 y la de Japón del 0,5"




Fotos como éstas ponen los pelos de punta.

Ya hablé en su momento del Lock & Load de Tyler, de la tenencia de armas en USA: de la América cañera.

Es obvio que las altas tasas de criminalidad y de homicidios están vinculadas a esta locura patria por las armas.

Hay muchos ciudadanos norteamericanos que no comparten dicho frenesí. El documental de Michael Moore "Bowling for Columbine" (que no me cansaré de recomendar) es un alegato contra esta pasión armamentística. Pero en general el apoyo a la libre tenencia de armas es la tendencia mayoritaria:

"¿Prohibir la tenencia de armas? Los norteamericanos aprueban en un 70% alguna forma de control, pero se oponen, en un 74%, a la ilegalización. Este derecho está inscrito en la Constitución y grabado en el entendimiento ciudadano que cree más en el principio de la defensa individual que en la protección del Estado, del que recela siempre. El llamado Bill of Rights de 1791, que forma parte de la Carta Magna, dice así: "Para su protección y con el propósito de contar con una milicia bien entrenada, las personas de los Estados pueden tener y llevar armas". Y esta tendencia se ha sostenido con firmeza hasta la actualidad".



Vicente Verdú ofrece datos numéricos relativos a las medidas que se han llevado a cabo para intentar reducir las cifras de criminalidad en los Estados Unidos.

Tales medidas tienen que ver básicamente con una regulación mayor de la tenencia de armas, con la habilitación de nuevos policías y con la construcción de nuevas cárceles y el incremento de plazas en prisiones estatales:

"La tasa de presos por habitante en Estados Unidos es ya la mayor del mundo (...) De 1985 a 1993 se gastaron 32,9 mil millones de dólares en prisiones, lo que supuso aumentar en casi un 70% el espacio carcelario, y la ampliación se estimó todavía insuficiente (...) A finles de los años ochenta el censo penitenciario era de 315.974, pero quince años más tarde la cifra se acercaba al millón cuatrocientos mil".



Y no sólo más cárceles, sino más duras.

En noviembre estuvimos en San Francisco e hicimos la visita obligada a La Roca, a la cinematográfica Alcatraz. Creo recordar que nunca llegué a escribir un post al respecto (dedicado a Dracón el filósofo), por falta de tiempo. Lo cierto es que se trata de una visita estremecedora: pertrechado con unos cascos y una audioguía, uno va recorriendo esas lúgubres celdas y pasillos, mientras escucha sobrecogedoras historias de privaciones, de soledad y dureza extrema,s de intentos de fuga memorables. Pero lo que a uno no se le pasa por la cabeza es que muchos años después del cierre definitivo de Alcatraz como centro penitenciario muchísimas cárceles del país comenzaran un endurecimiento progresivo respecto al trato dispensado a los reclusos:

"La evocación a la severidad de la ley la dureza contra el relapso es el argumento más repetido para sanear la situación. Más cárceles y un régimen más estricto dentro de ellas. En Texas empezaron a no dejar fuma a los reclusos y la norma se ha propagado enseguida. En otros lugares han sustituido los televisores en color por aparatos en blanco y negro. En Florence, ejemplo de máxima seguridad, los presos permanecen encerrados 23 horas en un cubículo que sólo recibe la claridad por un pequeño lucernario"

Luego vino Guantánamo.



Verdú es consciente de que el modelo amercano de gestión del crimen no es el único posible:

"Más policías, más penas, más cárceles, más contundencia en la represión, antes que más escuelas o más ayudas sociales para facilitar la integración"

Y es consciente también de que a mayor marginalidad y exclusión social, mayor criminalidad.

Tyler es una ciudad tranquila y segura, pese al crimen referido, que -tengo la impresión- no deja de ser excepcional.

Sin embargo, el planeta americano está plagado de grandes ciudades en las que la pobreza y la marginalidad se mezclan con la riqueza y el lujo tanto como el aceite con el agua. En comunidades pequeñas, como la de Tyler, tal segregación puede no ser tan extrema ni dar lugar a escenarios de criminalidad potencial como los de algunos barrios de Chicago, los Ángeles, Nueva York o Dallas.

En tal segregación dentro de las grandes ciudades, la raza es un factor fundamental:

"El caso de los negros es elocuente. Los negros representan el12% de la población de Estados Unidos, pero componen el 50% de la población penitenciaria. Uno de cada cuatro negros entre los 20 y los 29 años se encuentra en prisión, en libertad condicional o en procesamiento. Significativamente, el homicidio es en la actualidad la primera causa de muerte entre los jóvenes negros (...) El retrato robot de ese nuevo muerto que contabiliza el Deathclock en Nueva York es un joven negro entre los doce y los quince años; y el 95% de las veces su asesino es otro adolescente negro".

Tal que el joven negro de 16 años que asesinó a su profesor de música el miércoles pasado.

Teniendo en cuenta estos números resulta una vez más asombroso y relevante que los Estados Unidos haya elegido por fin a un hombre negro como presidente.

Asombroso y esperanzador.


Fotos: extraídas webs varias, salvo las 3 últimas.


sábado, 19 de septiembre de 2009

InTeRmiNaBLe MaCaRRóN


"Tiraba de la aguja. El reloj hacía su tictac. El instante moviente que, según Sir Isaac Newton, separa el pasado infinito del futuro infinito, avanzaba inexorablemente a través de la dimensión del tiempo. O bien, si Aristóteles dijo verdad, un poco más de lo posible se hacía real a cada instante; el presente estaba quieto y atraía el futuro, como un hombre que sorbiera sin cesar un macarrón interminable"


(Contrapunto, Aldous Huxley)

Foto: Martin Andreasen

jueves, 17 de septiembre de 2009

aLL StAr


Han pasado tantos años ya que casi he olvidado que fuimos novios.

Pero todavía conservo el recuerdo de tus All-Star.

Algunas noches sueño con un fantasma borroso que se desliza entre brumas y sombras y huye y me rasguña el corazón.

Es una joven casi niña de andares imposibles, a la que no llego a distinguirle la cara.

Pero al final reconozco con nitidez radiante el amarillo de tus All-Star.



Tú hacías C.O.U. y yo segundo de B.U.P.

Yo te seguía con la mirada en los recreos, sin atreverme a interceptar tu paso.

Eras la chica de los All-Star.

Cuando supe tu nombre seguí llamándote así; creo que eso te gustaba.

Me lo dijiste, tu nombre, aquel día, en las escaleritas de la calle Anchieta.

Yo me había escapado de la clase de matemáticas y rumiaba por dentro mis demonios, harto del mundo.

Tú te sentaste allí, al lado mío, me preguntaste:

-¿Puedo?

Yo te dije que con la cabeza: estaba mudo.

Cuando pude pensar algo y articular palabra te dije:

-Hola, chica de los All-Star.

Tú te reiste y entonces supe que serías mía.

Yo ya era tuyo desde hacía mucho tiempo.



Tenías decenas, centenas, millares, millones de pares de All-Star.

Yo empecé a conocerte y a darte decenas, centenas, millares, millones de pares de besos.



Las amarillas siempre fueron tus favoritas.

También por dentro eras amarilla y radiante y solar.

También desnuda.



Me gustaba abrazarte en silencio en un parque, en un banco o en las escaleritas de la calle Anchieta.

Me quedaba mirando a tus All-Star y tú me preguntabas:

-¿En qué piensas?

-En nada.

-¿Cómo que en nada? Pensarás en algo, seguro
-protestabas tú.

Pero no pensaba en nada en concreto y al mismo tiempo pensaba en todo.

Era inmensamente feliz y no había nada más que añadir.

Nada que pudiera decirte hubiera podido expresar ese amor que yo sentía por la chica de los All Star.



Me pregunto dónde andarás hoy.

Me pregunto si has aumentado tu colección.

O si por el contrario ya no llevas All-Star.

Me pregunto tantas cosas hoy.

Sólo una me consta:

Cuando vienes por la noche a visitarme -sigilosa- siempre lo haces de aquel modo, con tus favoritas:

Con las viejas All-Star amarillas.


Fotos de All Star: Wali.

lunes, 14 de septiembre de 2009

ReAcCiÓn eMoCiOnAL


A medida que crecemos y que envejecemos cambia nuestra dieta y también lo que bebemos.

Pero no en Tyler, cuyo condado sigue siendo seco.

Allí no todas las opciones en cuanto a bebida se refiere son legales.

Hace casi un año escribí una entrada acerca del consumo de alcohol en Tyler y sobre lo frikies que pueden llegar a ser en este punto los americanos.

Ahora bien, justo antes de irme, más o menos en mayo, se votó en referendum si el condado de Smith, al que pertenece la ciudad de Tyler, seguía en el régimen vigente de semi prohibicionismo respecto al alcohol. La votación -recuerdo- se celebró un sábado y el resultado me interesaba bastante.

Sin embargo, tuve la impresión de que la noticia del referendum mismo apenas tuvo repercusión mediática, como si interesara ocultar su celebración y también su resultado. Recuerdo que esa noche fuimos ¡por primera vez! al Outlaw, un local en las afueras de Tyler que los veteranos nos habían descrito como Sodoma y Gomorra. En la entrada había una cola larguísima y cuando por fin llegamos a la puerta de acceso le pregunté a la chica que cobraba las entradas si sabía algo acerca del resultado del referendum.

La chica estaba llena de piercings y de tatuajes y me miró como si yo procediera de otra galaxia, circunstancia que no debió extrañarme al fin y al cabo: todo el mundo sabe que las Islas Canarias y el condado de Smith pertenecen a galaxias diferentes. Con cara de malas pulgas me contestó:

-¿De qué fucking referendum estás hablando?

Creo que traté de explicárselo mientras ella me miraba con indiferencia indisimulada. Qué ingenuidad la mía: ¡pensar que a alguien que trabaja en uno de los pocos establecimientos en los que se puede despachar alcohol de la ciudad de Tyler le pueda interesar el resultado de una votación acerca de la liberalización de su venta!

Esos días estaba muy liado, con la venta de todo un año de vida en Texas y con el final del curso escolar. Así que no pude investigar mucho acerca del resultado de la votación. Raquel sí que lo había intentado, haciendo barridas en internet y fijándose en los periódicos de los días sucesivos y en la televisión local. Pero no halló nada.

Me fui de Tyler sin saber si el pueblo, después de mi paso por él, se había entregado o no a la bebida.

Pero desde hace unas semanas ha surgido un misterioso lector o lectora de este blog que firma con una "X" y que escribe desde allá y cuenta anécdotas de aquella otra galaxia y me trae, al mismo tiempo, recuerdos de aquellos días.

A veces sueño que soy yo mismo el que escribe esos comentarios, que soy yo quien ha inventado ese perfil de usuario, para seguir contando cosas sobre Tyler, mas esta vez de incógnito, para revisitar aquel curso escolar que, pese a ser el último, se me antoja a veces tan sepultado como una capa antigua de estrato sedimentario.

El caso es que hace cosa de una semana le pedí a "X" en un comentario a un post un favor: que averiguara el resultado de aquel referendum.

Hace un rato he leído su respuesta:

El Smith county, y con él la ciudad de Tyler, sigue siendo un territorio donde impera la ley seca.

Más que el resultado del referendum, lo que me sorprendió fue mi reacción emocional.

En efecto, la respuesta de "X" me produjo cierto alivio, cierto extraño confort.

¿Por qué?

¿Por qué diantres me iba a alegrar -o a tranquilizar- la vigencia de una ley a todas luces absurda y ridícula?

Llevo un rato haciéndome esa pregunta...

La respuesta no me queda clara pero sospecho que puede tener relación con el perfume melancólico que desprende el título de este blog.

Me tranquiliza saber, supongo, que todo sigue igual allá lejos, en el far west.

Me inquietaría descubrir que un mundo se desmorona tan rápidamente, aunque sólo sea el mundo espiritual del baptismo abstemio.

El presente es cambio incesante, todo lo que nos rodea.

El pasado es en cambio -creemos- inamovible, permanente.

Por eso nos produce tanto desasosiego que lo que constituye nuestro pasado pueda seguir cambiando y mutando a nuestras espaldas, pues constituye el presente de otras gentes.

Cuando uno se exilia y vuelve a su tierra le sorprende que el río de la vida haya seguido fluyendo, casi a traición, mientras uno se encontraba ausente.

Me apenaría que parte de la esencia de la cultura texana -contradictoria, tan llena de claroscuros- se hubiera perdido tan pronto.

Me asusta pensar que ya nada es como antes y que yo pertenecí y fui testigo de ese tiempo en que las cosas no eran como ahora son.

Pero vivir es perder ese miedo y acostumbrase al cambio, supongo.



Foto: un amigo mexicano me la envió por mail.

jueves, 10 de septiembre de 2009

LeNtA gEsTaCiÓn



Dice Henning Mankell que un 75% del tiempo lo dedica a documentarse y a pensar y que el 25% del tiempo restante es el que dedica a sentarse y a escribir la novela.

Quizás pueda uno también representárselo como un embarazo y un parto.

La mayor parte del tiempo es una lenta gestación, de miembros diminutos o de ideas, imprecisas aún, y emborronadas.

Las cosas en el orden natural requieren de su tiempo y ritmo, que moldea órganos y define vísceras, que trenza argumentos y consolida personajes.

El escritor se impacienta mientras ve crecer su portafolio con apuntes, notas y bosquejos, pues quiere ver ya un pie minúsculo, una manecita, el brillo diáfano y sangrante del bebé bañado en llanto.

Los padres se desesperan mientras crece el vivo vientre y oyen pataditas del otro lado de la piel. Y es que se mueren de ganas de ver al fin impresa -o siquiera escrita- la primera página o el primer capítulo.

Durante nueve meses de investigación, de titubeos, de felices iluminaciones, durante nueve largos meses hacen guardia los padres, al pie del escritorio. Durante un periodo semejante, a veces más largo, otras veces menos, el escritor, o la escritora, escudriña al bebé mediante ecografías y caricias.

Luego todo se precipita y se acelera el tiempo:

El escritor asiste al parto, da a luz.

La madre escribe la primera línea, y entonces no cesa, hasta concluir su novela.


lunes, 7 de septiembre de 2009

EsPeJoS EnFrEnTaDoS


Hay narradores que avanzan y narradores que horadan.

Fue Stendhal quien dejó escrito que la novela es un espejo que ponemos a lo largo de un camino:

"Un roman, c´est un mirroir qu´on promène le long d´un chemin"

La metáfora sugiere movimiento, dinamismo, acción. Es fácil imaginarse al propio Stendhal en el interior de un carruaje, de una berlina quizás, garabateando cuartillas al vuelo, escribiendo febrilmente, casi al galope, mientras el paisaje cambia y se desvanece vertiginosamente a derecha e izquierda, en cada flanco del vehículo, y él trata de volcar en el papel su reflejo.

Pero como toda metáfora, la imagen es también ambigua, multívoca, más sugerente de lo que a primera vista puede parecer. Y es que acaso sea la lentitud, o incluso la quietud, más apropiada al caso. Pues si tomamos a Sthendal al pie de la letra el escritor no corre ni galopa, sino que pasea su espejo a lo largo del camino: es un promeneur. El escritor refleja la realidad al escribir y ello es un ejercicio para el que resulta más adecuada la pausada serenidad del paseante que la intempestiva improvisación del corredor, incluso si es de fondo.

La escritura es un reflejo de un camino, es decir, un reflejo de la vida, pero hay narradores que avanzan y otros que horadan y en el espejo de su escritura la realidad toma mil carices, desde la mimesis fiel hasta la fabulación más delirante: la gama de espejos deformantes es en literatura casi infinita.



Javier Marías pertenece a la estirpe de los escritores que horadan, en vez de avanzar.

Hay una forma diferente de contar la realidad, o de simplemente hablar de ella, o de hacerlo con la realidad ya como mero pretexto: hacen falta no uno sino dos espejos.

De pequeño hice el descubrimiento. Había una tienda de moda femenina en la que a mi amigo Quin y a mí nos gustaba colarnos. Supongo que mientras nuestras madres hablaban con la dueña aprovechábamos para adentrarnos hasta la zona de los probadores. Cada uno de ellos era un pequeño cubículo perfumado e íntimamente excitante. Pero además era un espacio mágico en el que la realidad se ensanchaba y multiplicaba hasta el infinito, pues en su interior dos espejos enfrentados, dispuestos para que las clientas pudieran apreciar su frontis y su popa simultáneamente, engendraban interminables copias de mí mismo, cada vez más pequeñas, cada una de ellas distinta de la anterior.

Los escritores que horadan, en lugar de avanzar, seleccionan un fragmento de la realidad y lo colocan en el espacio imaginario de dos espejos enfrentados. A partir de entonces, por efecto de esa misma magia que habitaba en los probadores perfumados de mi infancia, ese fragmento de realidad comienza a duplicarse y reduplicarse y a tornarse cada vez más fértil, más complejo y hondo.

De ese maná que les proporciona la magia de los espejos enfrentados fluye toda la literatura de los escritores que horadan.



Ésa era ya la impresión que me causaban las novelas anteriores de Javier Marías. Pero a medida que iba leyendo este primer volumen de su trilogía Tu rostro mañana, dicha sensación se ha acentuado. Marías aquí, más que en ninguna otra de las novelas de él que yo haya leído anteriormente, escoge algunas vivencias suyas -reales o meramente fabuladas- y las coloca entre espejos. Y el narrador comienza entonces, infatigablemente, con una exhaustividad a veces agotadora y otras veces genial, sin prisa alguna, a horadar.



-Menudo ladrillaco -tuve que admitir en algún momento, previo a la barrera de las cien páginas-. Me lo terminaré porque es Javier Marías y porque escribe como escribe, pero hay momentos en que me desespera: ¡avanza!

En efecto, ese es el riesgo de los escritores que horadan y la razón por la cual muchos lectores los rehuyen y casi ninguna de sus novelas se convierte en masivamente comercial, en best-seller. Y es que hace falta mucha entrega, mucha paciencia, mucho tiempo y mucha confianza depositada en el escritor del que nos agarramos ciegamente de la mano y al que seguimos a través de digresiones sin fin, laberínticas reflexiones e interminables vueltas de tuerca de índole psicológica. Tal es el tortuoso camino que recorre, y nosotros con él.

El mejor ejemplo, el padre indiscutible de esta estirpe de escritores es sin lugar a dudas Marcel Proust.



El narrador de Tu rostro mañana comienza a contar su historia proclamando que:

"No debería uno contar nunca nada, ni dar datos ni aportar historias ni hacer que la gente recuerde a seres que jamás han existido ni pisado la tierra o cruzado el mundo, o que sí pasaron pero estaban ya medio a salvo en el tuerto e inseguro olvido".

Pero las 475 páginas en las que se derrama la novela son un desmentido a esta circunspecta declaración de intenciones.

Javier Marías se somete al paradójico ejercicio de denostar el hablar, el contar, el referir, el delatar, el confesar, el no callar... al tiempo que se entrega a una torrencial elocuencia, que describe y refiere y matiza y sopesa y apuntala de forma exhaustiva todo lo que cae bajo los efectos de su pluma, o de los dos espejos.



Javier Marías escribe en esta novela acerca de "seres que jamás han existido ni pisado la tierra o cruzado el mundo", pero a buen seguro también acerca de aquellos otros "que sí pasaron pero estaban ya medio a salvo en el tuerto e inseguro olvido".

Y es que aunque creo recordar que en un una novela suya -¿fue en Negra espalda del tiempo?- el narrador, novelista como él, protestaba contra aquellos lectores que habían querido ver personas reales en sus personajes de ficción, lo cierto es que tanto en aquélla como en ésta resulta inevitable no reconocer en sus personajes literarios al propio autor y a tantas otras personas reales cercanas al mismo y absolutamente ridículo hacer caso a pies juntillas a su protesta literaria del género de: "Madame Bovary, ceest pas moi!".

Así, Marías nos habla de su vida y vínculo con Inglaterra; de la conciencia del lenguaje y del idioma propia del traductor, del intérprete o de, simplemente, la persona bilingüe; de la guerra civil española y su posguerra; de la traición sufrida por su padre entonces y de la mezquindad de quien fue su amigo antes de delatarle; del servicio inglés de espionaje durante la Segunda Guerra Mundial y durante la Guerra Fría; de la extinción del amor; de la Historia y del tiempo.

Pero en realidad sería más apropiado decir que Marías no nos cuenta Nada, o que nos habla de Todo.

Y es que pese a que el narrador nos hace cómplices de sus recuerdos y reflexiones, en cuyos meandros encontramos una realidad enriquecida y multiplicada hasta el infinito, lo cierto es que apenas sucede nada, los acontecimientos son más bien banales y anodinos, como la ingesta de una magdalena, y su renovación y sustitución por nuevos hechos se difiere y posterga indefinidamente.

Quizás por eso la novela se me atragantó en algún momento, porque no avanzaba y su lento horadar la realidad amenazaba con desesperarme y hacerme tirar la toalla.



Pero quizás esta intuición taxonómica acerca de los narradores que avanzan y los narradores que horadan me hizo resignarme a que una entrevista durara unas cien páginas y una cena otras cien, o que el protagonista invirtiera cien más en relatarnos cómo se le fue una noche enfrascado en lecturas de viejos periódicos y libros sobre la guerra civil española.

A cambio, casi imperceptiblemente, un universo psicológico, casi un alma, fue cobrando forma y perfilándose y adhiriéndose a cada renglón, a cada palabra casi, como un perfume, o como un acento o deje en la voz, como una presencia inconfundible en cualquier caso.

De pronto la experiencia de la lectura había cambiado por completo. Ya no se trataba de abrir el libro y febrilmente formular nuestra exigencia: ¡Cuéntame, avanza, qué ocurre ahora! No, ahora se trataba de abrir el libro con el único propósito de encontrar la compañía de esa voz que lentamente -que es el ritmo en que se forja una amistad o intimidad- había ido haciéndoseme cada vez más cercana y familiar.

La compañía de la persona inteligente, culta, sensible, crítica y peculiarmente genuina que se adivina detrás de esa voz y que construye un mundo en parte de ficción entre dos espejos es la mejor recompensa para el lector paciente y confiado que se adentra en las páginas de esta brillante novela de Javier Marías.


miércoles, 2 de septiembre de 2009

pLaNeTa aMeRiCaNo 3


Si hay algo que veneran los americanos de verdad es el dinero.

Quién no -podrá objetárseme.

Pero los americanos lo veneran sin pudor ni disimulo, casi con proselitismo.

El dinero tiene en los Estados Unidos ese atributo divino de la ubicuidad y omnipresencia. Lo encontramos en las conversaciones (cargado el lenguaje de expresiones y frases hechas que aluden a él); en los edificios y el paisaje urbano de las grandes metrópolis; en la naturaleza de la mayor parte de las relaciones y encuentros que tienen lugar entre sus habitantes; en las mentes, de éstos, ya sea como anhelo, propósito, sueño, proyecto, o como frustración, recelo, codicia y dolor por su ausencia.



Hablar allí de dinero y presumir de él no está mal visto, como puede llegar a ocurrir en Europa, cuya tradición moral y religiosa nos legó cierto desprecio por el vil metal, por el materialismo y por la petulancia crematística.

El protestantismo americano, como vimos, casa mucho mejor con el espíritu capitalista del pueblo americano y Vicente Verdú afirma que no existe otra "población que mejor acople el culto a Dios y el amor al dinero".

Esta vez resumiré en un solo post dos capítulos, de temática muy similar, que Verdú ha titulado respectivamente: "El amor al dinero" y "La soberanía del capital".



¿Por qué me fui de Tyler?

¿Por qué más de la mitad de los españoles que participamos en el programa de profesores visitantes en Estados Unidos no repetimos un segundo año?

Me temo que una de las razones principales la expone Verdú en el siguiente párrafo:

"Pocos de los americanos que han conocido la Europa mediterránea dudan en afirmar que aquí la calidad de vida es superior a la de su país. De hecho, ésta fue la respuesta que dieron los americanos residentes en este continente durante el verano de 1995. Cuando se les interrogó sobre diferentes características de las naciones, mencionaron a España en primer lugar si se trataba de escoger un país para vivir bien, pero la emplazaron en el último puesto al calibrar si era apropiada para los negocios (...) Los americanos son trabajadores acérrimos en busca de su prosperidad individual. Cuentanapenas con 10 o 15 días de vacaciones anuales, pero, además, el 38% confesaba en una encuesta de julio de 1995 (Strategic Consulting Research) no haberse tomado un solo día de descanso en 1994. Dos años antes el porcentaje de estos supertrabajadores era del 26%; 12 puntos porcentuales más bajo. No sólo no trabajan menos a medida que crece su renta, sino que cada vez trabajan más. Los republicanos, por mediación de New Gingrich, propusieron en noviembre de 1994 reducir el número de las pocas fiestas anuales a cambio de bajar unas décimas la presión fiscal: una mayoría de los contribuyentes respondió afirmativamente a esta iniciativa. Hay pocas fiestas a lo largo del año, pero parecen sobrarle todavía algunas o todas. Cuando en una encuesta de mayo de 1995 el diario USA Today preguntó a la población qué períodos del año le resultaban más estresantes, el 32% respondió que los holidays, Easter, Thanksgiving, Navidad".

Mis compañeros de trabajo en la escuela se alegraban -o eso creí percibir- cuando llegaba el viernes por la tarde o un día de fiesta o unas vacaciones. Sin embargo, también me sorprendió lo habitual que resultaba verlos ir a trabajar un sábado, un domingo o un día festivo. Cada uno de nosotros teníamos una llave de nuestra aula y era normal ir a la escuela en un día de descanso para sacar adelante trabajo pendiente. Ante la petición del profesorado en este sentido, la directora accedió a dejar abierta los fines de semana la biblioteca del instituto, en que se encontraba la máquina laminadora, la fotocopiadora y materiales de consulta varios.



El poco tiempo libre de que disponen los americanos lo invierten en comprar y consumir.

O al menos, eso es lo que deben procurar las empresas: el resto de americanos que en mientras tanto trabajan.

Por eso consumir allí es -fue- tan sencillo y cómodo.

"Ser consumidor en Estados Unidos -dice Verdú- es disfrutar de un universo de ofertas, rebajas, saldos, y disponer de un afinado sistema contra el fraude en la calidad"

Y de facilidades.

Lo que en un primer momento me pareció ser una gasolinera, resultó ser una sucursal del Bank of America. No había que bajarse del coche para sacar dinero, ni para ingresar un cheque o revisar el saldo o los últimos movimientos, como no había que hacerlo para pedir una hamburguesa, un helado o un medicamento en una farmacia con "drive-through".

Para realizar cualquier compra no era preciso disponer de efectivo y en cualquier Starbuck o gasolinera te servían un café que podías pagar con tarjeta de débito.

Recuerdo jugar un partido de tenis contra Pepe: él estrenaba tenis, notó tras el partido que le apretaban, fuimos a cambiarlo y no le pusieron ningún inconveniente. Por otra parte, en casi todos los establecimientos te devolvían el dinero si uno no quedaba satisfecho con el producto.

En bares y restaurantes, en cafés, en cajas de supermercado, en tiendas y en cualquier otro tipo de establecimientos el trato al cliente era y es -al menos en Texas- exquisito.

El cliente allí siempre tiene la razón y continuamente hay ofertas, promociones y reclamos para seducirlo y atraerlo -mientras no trabaja- a las puertas de un mall.



Apenas hay ocio gratuito en Estados Unidos.



-Me lo compró mi mamá en la Wal-Mart, maestro -era la frase más característica de mis alumnos.

O:

-Estuve con mis papás en la Wal-Mart, maestro.

El Wal-Mart como templo pagano del consumo, catedral del deseo y del gasto.

El Wal-Mart y todas las grandes superficies semejantes como segundo hogar, mejor aún: como segunda naturaleza, donde las estaciones y diferentes festividades lo hacen mudar y mutar, como si de un paisaje natural se tratase:

"La primavera, el verano, la fiesta de Navidad, San Valentín, el Memorial Day, el Thanksgiving son fiestas que comienzan a hacerse sentir meses antes de que se cumpla la onomástica. Cada festividad desprende hacia sus dilatadas vísperas un aura de la qe se obtiene valor explotable. En cada momento del año, casi sin excepción, se alza en el horizonte la visión reforzada de un día famoso de cuyo advenimiento se llenan felizmente los comercios, los anuncios y las ofertas de los grandes almacenes. Ya en julio se reciben catálogos para las compras de Navidad, y por septiembre se invita a no demorar las compras de Christmas".



Ya cité un día a Enric González en otro post sobre esos nuevos templos o catedrales contemporáneas: los rascacielos, que, según él "fueron creados para impresionar, para demostrar el poderío de una empresa o de un magnate y para atraer clientes con la singularidad del edificio".



Pero lo más asombroso de Tyler fue sin lugar a dudas salir de Tyler y visitar las ciudades y pueblos colindantes o lejanas, pero siempre idénticas: Kilgore, Longview, Marshall, etc.

Y es que en todas se repetían, clónicos, los mismos establecimientos, las mismas firmas:

"De una punta a otra de América el paisaje cambia, los habitantes son mormones o episcopalianos, negros, anglosajones o asiáticos, pero todos al salir por las carreteras y cruzar por sus urbes se reconocen partícipes de una misma nación a través e la repetición de los signos de las grandes firmas. Sin comparación con Europa, en Estados Unidos las grandes sociedades y los magnates trenzan la cotidianidad de una épica compartida (...) La práctica ausencia de cocina americana se sustituye por esta común alimentación industrial a cuya mesa se sientan millones de comensales dentro y fuera de casa. Si se trata de una pizza, Pizza Hut espera con la misma receta desde el este al oeste y en casi cualquier cruce. El pollo frito de Kentucky, los Wendys, los Friday´s repiten su presencia desde una punta a otra. McDonald´s cuenta con más de medio millón de empleados dispuestos a servir la misma clase de hamburguesa, y los Dunkin Donuts, 7-Eleven, los Acme, los Sears, los Macy´s, los Gap, ofrecen iguales productos de alimentación, de limpieza o de vestido vaya uno por donde vaya".



Vicente Verdú disfruta relacionando los fenómenos culturales en apariencia más dispares, con tal de ver confirmada y reforzada su tesis:

"Incluso la religión a través de sus diferentes sectas y para-churches compone un conjunto que no tiene empacho en manifestarse en un lenguaje económico más allá de las insinuaciones del alma: `Los miembros de la St. John´s Lutheran Church de San Francisco tienen garantizada la devolución de su dinero -dice un folleto-. Los feligreses -se agrega- pueden entregar a la iglesia su donativo por un período de 90 días, y si piensan que en ese tiempo no han recibido los favores que han solicitado o se reconocen decepcionados con las predicaciones y los oficios, pueden recuperar sus entregas´. El programa se llama `God´s Guarantee´ y el pastor arguye que su confianza en Dios es tan profunda que no ve peligros financieros en esta política de reintegros".



Como consecuencia de todo lo anterior, los Estados Unidos de América es una nación rica, pero desigualmente rica.

No hay más que pasearse por la zona sur de Tyler y adentrarse luego en algunas zonas del norte. Un lector o lectora anónimo o anónima de este blog escribió un comentario hace unos días -desde Tyler- describiendo ese paso del sur al norte como el ingreso en una nueva e insospechada realidad y comparó esa experiencia con la de Alicia cuando atraviesa el espejo y descubre allí un inesperado mundo.

"La diferencia entre el 5% de la población más rica y el 5% de la población más pobre es un múltiplo de seis en Gran Bretaña, de tres en Suecia. En Estados Unidos el múltiplo es de quince. Un 46% de la riqueza nacional está en manos del 1% de los americanos y la concentración no se detiene. Los ricos son ricos como emperadores, los pobres lo son como pobres de Calcuta. No será raro que bajo este sistema se produzca el contraste entre grandes mansiones en el extrarradio y barrios miserables a pocas millas".



"En la actual producción social norteamericana los ciudadanos pobres se corresponderían con los montones de residuos que las fábricas vierten en sus entornos creando masas de contaminación. Los pobres son detritus, se abandonan como stocks improductivos en las aceras, quedan quietos en las esquinas de las barriadas negras, se alcoholizan en las reservas indias, forman parte del aire tóxico en los tugurios de las urbes".

Semejante pobreza en exhibición sólo la vi en San Francisco, aunque supongo que debido a que tanto en Tyler como en mis viajes sólo me moví por las zonas escaparate de las ciudades.

Verdú escribe su libro en el año 1996 y algunas de las tendencias que apunta han ido acentuándose desde entonces de forma vertiginosa.

El nuevo presidente del planeta americano, Barack Obama, se perfila no obstante como un hito y un punto de inflexión en dichas trayectorias ciegas u obtusas. Ojalá no me equivoque. Pero lo cierto es que a pesar de haber dado muestras de su profundo americanismo, de pertenecer a este imperio que describe Verdú -con cierta fascinación y cierta ironía-, Obama está intentando propiciar cierto viraje, cierta rectificación, en esta senda en ocasiones tan poco digna de alabanza del planeta americano.